Las
escaleras bajaban retorciéndose sobre sí mismas en una espiral oscura e
interminable. Desde la entrada podía olerse el hedor nauseabundo que subía
desde abajo. Los guardias bajaron al prisionero a empujones haciéndolo caer en
varias ocasiones y haciendo que se levantase a patadas y golpes de porra. Abajo
el panorama era aún peor. Una amplia sala iluminada por antorchas y amueblada
con toda clase de máquinas de tortura daba paso a otro pasillo estrecho con
calabozos a ambos lados cerrados con grandes portones de madera o rejas.
Los prisioneros se hacinaban en
ellos, vestidos con andrajos y encadenados a las paredes o al suelo. La mayoría
estaban mugrientos y apestaban y los que más tiempo llevaban estaban famélicos.
Su dieta se basaba en un pedazo de pan y un poco de agua cuando se acordaban
los guardias. Los suelos estaban llenos de toda clase de porquerías y no era raro que de vez en cuando algún
prisionero muriera y lo dejaran pudrirse allí entre moscas y ratas.
El guardia abrió la puerta del
fondo, empujaron al prisionero al interior y lo encadenaron a la pared. Aquella
jaula estaba algo mejor que las otras que había visto fugazmente al pasar y
solo tenía un prisionero hasta entonces. Los guardias salieron y cerraron el
portón con llave y una pálida luz lo recorrió hasta desaparecer entre los
goznes y dejándolos a oscuras. Al rato el antiguo prisionero habló con voz débil.
-Bienvenido
al infierno. –Dijo.
-Esto
no se parece en nada al infierno, créeme.
-¿Por
qué estás aquí? ¿Cómo te atraparon? Perdona si te molesto, pero llevo semanas
solo en esta prisión y sin hablar con nadie.
-Intenté
asesinar a alguien importante. –Respondió sonriendo y las cadenas repicaron en
la oscuridad.- Y me dejé atrapar.
-A
mi me acusaron de usar magia prohibida. –Continuó.- Lo que es cierto.
-Lo
sé. Por eso estoy aquí. –Y al levantar la cabeza y encontrárselo frente a su cara se asustó y cayó de espaldas al suelo.
–Necesito que me ayudes.
-¿Cómo…?
–Alcanzó a preguntar cuando sus cadenas se volatilizaron. –Es imposible usar la
magia aquí dentro. Lo he intentado.
-Mi
magia es más poderosa que eso. Pero tenía que hacerlo desde dentro. –Respondió-
Te sacaré de aquí a cambio de que me enseñes eso que no quieren que hagas.
-¿Quién
eres? –Preguntó mientras le extendía la mano en señal de gratitud.
-Eso
ahora no importa. A su debido tiempo tu y todos lo sabrán. –Respondió de nuevo
estrechando su mano y ayudándolo a levantarse.
En la oscuridad, apenas iluminado
por la luz de las antorchas que entraba por el hueco de la puerta pudo ver su
rostro, de porte noble y hermoso, con perilla y pelo largo, negro y trenzado.
No sabía quién podía ser aquel hombre que había burlado la magia del Gran
Magíster de la ciudadela y estaba dispuesto a sacarlo de allí, pero podía intuir
que era poderoso, más de lo que llegaría a ser él nunca. Tampoco le importaba.
Había pasado en aquel pozo apestoso demasiado tiempo como para importarle. Los
ojos de aquel extraño brillaron con una tenue luz esmeralda y un instante
después habían desaparecido en una nube oscura como la noche sin luna. Cuando,
transcurridas varias horas, volvieron los guardias a por el prisionero para
interrogarlo no pudieron explicarse cómo y por qué estaba vacío el calabozo...
Lápices acuarelables y tinta sobre papel Fabriano
18x12cm
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