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jueves, 25 de abril de 2019

"El filo de las profundidades"

(por Jose Mª Santos)


Nadie se atrevía a viajar por aquellos parajes y mucho menos un jinete solo y sin protección, lo que llamaba la atención de los moradores del desierto. Por eso los exploradores orcos lo seguían a escondidas. Intentaban averiguar quién era y hacia dónde se dirigía y se sorprendieron al verlo tomar el camino hacia la Gran Meseta. Era un camino peligroso a través del desierto de rocas hasta las montañas, y no sólo por los orcos que merodeaban por allí. El sendero que subía entre montañas era escarpado y pedregoso, como casi todo en aquella región, de muy difícil acceso, pero era el único camino hasta la gran planicie conocida como La Gran Meseta Roja. Por eso un cruel y poderoso caudillo orco llamado Garzhog “el Despiadado” había instalado allí a su tribu, al pie de una antigua fortaleza en ruinas de edades anteriores. Desde allí se divisaba toda la región a cientos de leguas de distancia.

Mientras ascendía lentamente por el sendero docenas de ojos vigilantes los observaban escondidos, con sus arcos tensos y dispuestos para acribillarlo con sus flechas envenenadas, pero ninguna voló sobre los acantilados rocosos. Tras un largo camino atravesó la puerta de acceso a la planicie. Dos columnas de roca, grabadas hace años con runas y símbolos de los antiguos habitantes de la región, ahora tallados con toscas cabezas de orco y pintarrajeadas con los colores y símbolos del clan, daban paso a una extensa llanura protegida por las montañas en todo su perímetro. Allí un puñado de orcos se le echaron encima inmediatamente mientras otros le apuntaban con sus arcos, pero una orden imperiosa los hizo detenerse delante de él.

-Llevadme ante vuestro jefe. –Sonó una voz potente debajo de aquella capucha negra que ocultaba su rostro. Inmediatamente un orco de piel oscura lo llevó por las riendas hasta las puertas de la fortaleza en ruinas. Allí, bajo una tienda, se encontraba un enorme orco de aspecto imponente, vestido con pieles y partes de una armadura desgastada, que se sorprendió y enfureció al ver a aquel forastero que ahora desmontaba de su caballo. Una daga voló rozando su cabeza clavándose en la garganta del otro orco que sujetaba las riendas del caballo y el enorme caudillo cogía un hacha dispuesto a matar al visitante.

-Yo escucharía primero lo que tengo que ofrecerte. –Dijo el viajero echándose hacia atrás la capucha y dejando ver su rostro.

Era un hombre de porte noble, pelo oscuro y trenzado como un elfo que le caía por los hombros y barba de una semana. El orco se detuvo frente a él. A pesar de la altura del forastero el orco lo sobrepasaba en otras dos cabezas más de altura y su musculatura prodigiosa.

-Habla antes de que te parta en dos. –Dijo con una voz gutural.

-Busco a Garzhog. He oído que ha intentado unir todas las tribus de orcos bajo un mismo estandarte, pero que sus rivales se lo han impedido y ahora quieren eliminarlo.

-Esos malditos bastardos acabarán sucumbiendo bajo mis botas.

-Pero no tienes el poder ni el ejército suficiente para hacerlo. –Dijo sonriendo. Desde el principio supo exactamente a quien buscar.- Yo puedo darte lo que necesitas.

Garzhog intentaba intimidarlo pero la mirada del extraño viajero era arrogante y segura de sí mismo. Entonces surgió un humo negro de sus manos y apareció un gran hacha de guerra. Su mango era de madera negra forrado de cuero y su hoja era también negra con un brillo rojizo. Unas runas antiguas estaban inscritas en ella.

-Este es Brandurt, “el Filo de las Profundidades”. Fue forjado en las fraguas del inframundo hace milenios. Con él someterás a tus enemigos y tu pueblo será grande como nunca antes lo ha sido bajo tu mando. Es tuyo si lo quieres. –Dijo extendiéndole el arma. Garzhog lo cogió y unas chispas recorrieron la hoja grabando su nombre en ella con runas y una nueva fuerza invadió su cuerpo mientras la sujetaba. –Te acepta como amo.

-¿Quién eres, hechicero, y por qué me entregas esto? –Preguntó el orco sorprendido.

-¿Qué importa eso? –Respondió- No soy nadie importante. Solo necesito a tu pueblo unido bajo el mando de un caudillo poderoso e inteligente. Entonces todos os temerán y su miedo será mi regocijo. Sólo hay una condición. Un día necesitaré a tu pueblo y acudiréis a mi llamada, de lo contrario el portador del arma sucumbirá bajo su hoja y su alma vagará eternamente. Recuerda estas palabras a tus hijos, pues será alguno de ellos quien deba hacerlo.

-¿Y cómo sabremos cual es esa llamada? –preguntó el orco.

-Él os lo dirá y os guiará. –Dijo señalando el hacha con la mirada. El orco se puso el puño en el pecho y levantó el arma en señal de lealtad.

-Si Brandurt me da el poder que quiero mi pueblo acudirá a tu llamada.

El viajero asintió, se cubrió de nuevo con la capucha y montó en su caballo volviendo por donde había venido. Toda la tribu lo siguió con la mirada, atónitos y sin saber qué había ocurrido. Cuando se había alejado lo suficiente, sendero abajo entre las rocas, y habiendo dejado atrás la planicie el caballo le habló con una voz profunda.

-Sigo sin entender por qué lo has hecho. Tarde o temprano descubrirán de dónde salió ese arma.

-Podrían haberlo encontrado en el túmulo de la gran batalla y no me importa perderla por un tiempo. Aún queda mucho por hacer y no lo conseguiremos solos.

Y con un reflejo verde en sus ojos desaparecieron como humo en la extraña niebla que empezaba a formarse en los profundos valles.


"Garzhog, El despiadado"
Tinta en papel, 18x12cm.


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