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jueves, 25 de abril de 2019

"Duelo al sol de medio día"

(por Jose Mª Santos)


       El día era caluroso, normal en ésta época del año y en éstas latitudes. Durante toda la mañana quien se cruzaba conmigo me miraba de una forma extraña, con lástima. No había sonrisas hoy en el pueblo cuando yo estaba cerca. Ya estaba a punto de ser la hora acordada. Me bebí el whisky que quedaba en mi vaso de un solo trago mientras todos me miraban de reojo en el salón. Me puse el sombrero y me dirigí hacia la puerta pero una mano delicada me agarró del brazo. Al girarme encontré a la joven con quien había pasado la noche anterior. Sus ojos estaban tristes y una lágrima le caía por la mejilla. Me dio un beso, el último beso, y me deseó suerte. Algunos se rieron en voz baja cuando la escucharon pero enseguida dejaron de hacerlo cuando los miré uno por uno. Le limpié las lágrimas tiernamente y me despedí de ella dándole las gracias. Lástima que una chica tan hermosa tuviera una vida como la suya. La miré una última vez y salí del salón.
            Las calles estaban desiertas, aun siendo una hora en la que normalmente bullía con todo tipo de actividades, pero las ventanas y puertas estaban llenas de ojos expectantes que me observaban. Acaricié a mi caballo antes de dejarlo atrás y dirigirme a la plaza del ayuntamiento. Allí me esperaba una figura erguida, vestida de negro que miraba fíjamente. Era un hombre curtido por la intemperie, de los que pasaban largas jornadas al sol y dormía sobre mantas en la arena del desierto, de rostro rudo y un bigote fino que le daba un aspecto fiero y que contrastaba con el mío, de pantalón y chaqueta y botas relucientes. Nadie daba un centavo por mí, con mi apariencia de chico bueno y decente de ciudad.

- Pensé que tendría que enviar a mis chicos a buscarte. – Dijo mientras mascaba un trozo de palillo con los pulgares metidos por el cinturón. Yo no dije nada. Caminé lentamente a su alrededor hasta colocarme en la posición correcta. Un silencio de muerte reinaba en todo el pueblo. Algunos, los más valientes y menos sensibles, salieron de sus casas para presenciar aquel acto grotesco, donde sólo uno de los dos saldría vivo. Otros se preguntaban por qué nadie hacía nada para impedirlo, ni siquiera las autoridades estaban presentes en aquel momento.
            Apenas quedaban unos minutos para el gran momento. El sudor caía por mi cara mientras observaba a mi oponente detenidamente. Él hacía lo mismo y una sonrisa apareció en su rostro bajo la sombra de su sombrero. Estaba muy seguro de sí mismo y no dudaba en alardear delante de todos. El ambiente estaba tenso, no sólo por el calor, sino por el momento. Ninguno de los dos movía un solo músculo. Entonces se escuchó un clic casi imperceptible que seguro que la mayoría no escuchó, y el reloj del ayuntamiento empezó a tocar las campanadas del medio día.

“Doonng”…

            Dos disparos se escucharon entrecortados por el sonido del reloj…

“Doonng”…

            Veloces como dos serpientes habíamos echado mano a nuestros revólveres para disparar…

“Doonng”…

            El polvo se levantó cuando mi oponente cayó al suelo estrepitosamente…

“Doonng”…

            Las mujeres se tapaban los ojos para no ver lo ocurrido y los que miraban dejaron escapar una exhalación de asombro.

“Doonng”…

            Una tras otra el reloj daba las doce campanadas que resonaban en todo el pueblo, mientras yo permanecía inmóvil apuntando con mi revólver al otro tipo que yacía sin vida en el suelo. Tenía la fama de ser uno de los pistoleros más rápidos y crueles de todo el oeste, pero apenas pudo sacar su pistola en aquel duelo. Dos disparos certeros, uno en el corazón y otro en la cabeza, se lo impidieron. Estúpido mal nacido… Ni siquiera me reconocía. Aquella jugada en la timba de póker la noche anterior sólo era una excusa para traerlo hasta aquí y ejecutarlo delante de su banda, que estaban ahora perpléjos ante la muerte de su líder y de todo el pueblo, por los crímenes cometidos contra mi familia hace años al otro lado del mundo, en Europa, de donde había venido huyendo.
            Por fin lo había encontrado. Por fin había hecho justicia.


Acrílico y tinta en papel,12x18cm.

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